Los policías empiezan a pensárselo un poco más. Tampoco iban a ser sólo máquinas de repartir mamporros que luego cobraban un sueldo por ello a final de mes. Dentro de cada uniforme va una persona, queremos pensar algunos. Y ellos también viven en barrios donde están echando a la gente a la calle de sus casas embargadas; tienen familiares que pierden el trabajo y luego el subsidio y luego la dignidad y al final la esperanza; son personas, queremos creer, que se saben al servicio del poderoso de turno, que observan con discreción marcial sus privilegios y que se sienten divididos entre el cumplimiento de su deber y sus sentimientos de solidaridad con el pueblo al que deben perseguir a mamporros. No debe ser fácil su papel en esta crisis. Saben que son el úlitmo parapeto de estos poderosos de la ‘nomemklatura’ de este capitalismo del saqueo estilo los malos de la película Robin Hood. Me pongo en su piel y pienso que no se debe estar muy agusto en esa situación. Quiero creer, lo intento de verdad, que no sólo son máquinas de aplicar la ley sino que la obediencia debida no les anula la conciencia y el libre albedrío.
Pero, claro, será que yo quiero creer. Será que soy uno de esos que piensan por libre, un tipo raro, tanto como el policía ante el espejo cuando, al ponerse la gorra antes de salir a cumplir el servicio, se pregunte: ¿Y a quién sirvo yo? o mejor: ¿A quién quiero servir yo? La duda, en estos momentos, es signo de que la humanidad no está perdida del todo.
manuelaresti dice
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