Serán legión los que este septiembre se lancen a la odisea de encontrar trabajo en Granada. Y, aunque no sirva de nada avisar (sólo se aprende de lo sufrido en carne propia) avisaré de algo que, los que ya lo vivieron, conocerán tan bien como el váter de su casa: trabajar en Granada es una experiencia aparte. El inicio al mundo laboral será una toma de contacto con la picaresca del Siglo de Oro, el surrealismo más hilarante del Sur y las reminiscencias del clasismo que arrastra esta provincia en la que las estadísticas nunca alcanzan a reflejar el nivel de atraso de las mentalidades.
Lo del trabajo es, ya digo, un territorio aparte en el que la ley y la realidad van tan en paralelo como los carriles de una autovía. Salvo en los trabajos públicos, claro, que eso es jauja, allá donde se aplican todas las normas que en el resto del mercado laboral se ignoran por todas partes mientras que la inspección no te pille (véase si no lo de los chinos de la construcción, a los que ya no habrá quien les encuentre). V.g: un amigo que me dice que ha conseguido un trabajo en el que “hasta te pagan todos los meses”. Esto sonará raro por ahí, pero en Granada es todo un logro. Porque puede que algún mes se les olvide tu paga, o te paguen menos, o se ahorren los complementos. Que esa es otra: nocturnidad, peligrosidad, dedicación exclusiva o festivos son términos que a muchos empresarios granadinos les suenan como a cosas de Dinamarca, que sí, que existen, pero por allá, por el Norte.
El hecho mismo de tener nómina por aquí ya debes considerarlo una chollo en una provincia sin industria, sin grandes empresas y con una dependencia absoluta del sector servicios, tan voluble en sus gustos. Si eres joven (entre 20 y 30 años) tienes que asumir que te van a explotar. No, no a que te van a pagar poco, ni a que trabajarás más intensamente para ganarte el puesto, ni a hacer un poco la pelota para que te renueven el contrato, sino directamente a sufrir la explotación laboral que todos ya asumen como normal. A mí mismo me ocurrió que un tipo que me contrató para una revista de por aquí me dijo que me iba a pagar 80.000 pesetas (aún se contaba en esta moneda) al mes y luego, cuando recogía el sueldo y empecé a contarlo, el tipo (que daba terror) puso gesto de enfado. “¿Es que no te fías?”, me dijo. Algo azorado, le contesté que lo contaba “por si acaso me daba de más”. Cosas que se dicen por salir del paso (no me fiaba ni un pelo del personaje). El caso es que, efectivamente, faltaban 20.000 respecto a lo acordado. Y le pregunté por la diferencia. Extrañado, cabreado por mi ‘impertinente’ pregunta, me dijo en tono aleccionador, como quien se dirige a un chiquillo: “Oye, que te estoy pagando, eh?”. Esa frase fue toda una iniciación a la incultura empresarial local. Porque el tipo, en su lógica, pensaría que, encima de que me dejaba trabajar con él, y encima de que me pagaba algo, ¿cómo podía yo ponerle algún pero a su generosidad laboral para conmigo?
A diferencia de lo que ocurre allende nuestras fronteras, hay quien piensa que más que darte trabajo “te está dando de comer”. Un antropólogo diría que eso son reminiscencias de una especie de feudalismo tardío. Si el crecimiento de la economía se hace a golpe de ladrillo, pues es lógico que el que da trabajo se sienta por encima del que lo realiza. Porque el constructor, antes de hacer fortuna, fue servil con su señorito. Y ahora querrá hacer verdad aquel dicho de “no sirvas a quien sirvió”. Así que, hala, a engrasar la bisagra, salud y suerte.
Al pie de la vela. La Opinión de Granada. Opinión pg. 26.
Miércoles, 5 de septiembre de 2007
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