Está claro que no hay nada mejor para los tiempos de crisis que unas firmes convicciones religiosas, ese privilegio de creer en algo que nos une con el todo aunque a nuestro alrededor todo sea pérdida y zozobra.
De ahí que haya que agradecerle al ‘sagrado fútbol’ su función ansiolítica entre 2008 y 2014 para un país que se iba, como poco, hacia el abismo. Podíamos perder el trabajo, la casa, el coche o la esposa, pero por primera vez en nuestra historia, no perdíamos partidos, y hasta los ganábamos, y llegábamos a cuartos, a la final y conocimos, abrazados, en masa, el nirvana cuando vivimos no una sino dos victorias seguidas en la copa de Europa o en la del mundo.
Pero nuestros sacerdotes-futbolistas, ricos, aristócratas, se acostumbraron a la victoria, se envanecieron y enriquecieron, aburguesados, adormilados, sin chispa ni gracia. Su fe en la victoria ya no era tan pura, se instalaron como cualquier funcionario de las religiones conocidas y, finalmente, lo acabamos de ver, perdieron la gracia, el toque, el don divino del balón.
Días atrás abdicaba un rey asediado por escándalos propios de unos tiempos en que creímos ser algo más de lo que somos. Con él se fuebtambién la última ilusión de que el opio del fútbol puede sustituir a esta vuelta a la normalidad desde la práctica de algunas sencillas virtudes en la rutina de la prosa diaria.
Al poco, coronaban sin mucho oropel a un nuevo rey que empieza a reinar desde la derrota. El anterior se llevó, calendario en mano, el sueño de un país al que ya no le quedó más fe que la de once héroes corriendo detrás de una pelota.
Habrá que buscar a partir de ahora algo nuevo en lo que poner el corazón y sus sueños. Porque ya ha quedado claro que estos ‘curas del fútbol’ con primas de sonrojo ya no defendían los colores de la roja y el espíritu de lo que significaban, sino sus cuentas corrientes y sus cochazos.
Se acaba el sueño del ‘fúrvol’, necesario pero efímero. Quizás era la factura a pagar por salir de la bancarrota, de una época sin espíritu en la que todo ha sido abochornarse viendo cómo banqueros, sindicalistas, funcionarios, duques e infantas y, qué sé yo, hasta el frutero de la esquina, dejaron de creer en algo y se lanzaron a llenarse los bolsillosn al grito de mariquita el último.
Ya se acaba, ya. Y con fútbol o sin él volveremos a poder creer en algo, al menos en el Quijote que siempre fue delante de Sancho Panza.
C de R.
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