Leí ayer otro capítulo del libro ‘Biografía del silencio’ de Pablo D’Ors, un libro que a estas alturas no hace falta ya recomendar, porque va por la sexta edición con la garantía de Siruela y está en boca de todos.
Digo leí ayer. Un ayer indeterminado, pues seguiré leyendo y releyendo este libro una larga temporada. Porque me habla desde la propia tradición -la católica-, de un territorio lejano -la meditación budista del zen japonés-, con un lenguaje claro y sin alambiques. Y quien lo hace es un escritor, y de los buenos, que además es cura (toma ya) y no pretende evangelizar sino todo lo más compartir las dificultades y hallazgos de un camino tan personal como el de cualquiera que se tome la molestia de profundizar en sus adentros.
Libros así son de los que hacen falta. Son libros brújula, textos-faro necesarios para orientarse entre la espesura de esta larga noche de la esperanza que nos ha tocado vivir a todos.
Un libro real para hacernos más reales con su lectura. Porque después de tantas ilusiones y frustraciones y quimeras y golpes, y en mitad de este desencanto que nos gobierna, queda la realidad tozuda como punto de llegada o de partida. La cruz que unos dias pesa más y otros menos, pero q siempre se parece a sí misma. Porque la verdad ya la sabíamos, pero a ver quién es el guapo q se enfrentaba a ella.
Claro que ya lo decía otro Pablo, Milanés: «de qué me sirve la verdad si no tengo un canto hermoso».
Con cantores así da hasta ganas de confrontarse con el espejo interior y quitarle el vaho de los sueños que siempre lo empaña de deseo. Para vernos reflejados tal cual somos, mitad ángeles mitad demonios. Humanos. Tan fieramente humanos como para atrevernos, a pesar de todo, hasta a tener el coraje de querer ser felices, llorando, pero felices al cabo.
C de R.
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